Diálogos. El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero

Diálogos. El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero

(No es novela ni cuento, a quienes aquí acogemos. Pero escrita por un novelista, no es solo crítica o análisis. Es un diálogo entre escritores. Y creación de un espacio literario. Por eso también lo acogemos).

“Llevo toda la vida intentando entender por qué escribimos los que escribimos”:

  • Los escritores son más disociados que los demás. Con Úrsula K. Le Guin: los novelistas “contienen multitudes”, con “dos encarnaciones, la de carne y la de papel”. Lo mismo nos decía R. L. Stevenson con su doctor Jekyll. Y Henry Micheaux. Y Siri Hustvedt.
  • Los escritores, en sus escritos, realizan ese deseo de escapar del encierro de la propia vida, como en Wakefield de N. Hawthorne. Otros lo realizan en sus propias vidas y los escritores lo cuentan, como Emmanuel Carrere, Javier Cercas, Bram Stoker y algunos otros.
  • Por los traumas sufridos en la infancia, como contó Doris Lessing; más precisamente, por el sentimiento de pérdida, de haber sido arrebatados violentamente de la infancia, como sufrieron Joseph Conrad, Simone de Beauvoir.  Scott Fitzgerald, Philip K. Dick, Dalí, Van Gogh, Camille Claudel, Mark Twain. Por los abusos, violaciones incestuosas por padres o hermanos: Virginia Woolf, Emily Dickinson.

Y se escribe para aliviarse y soportar todo esto. “Un intento de transformar el horror en algo valioso”. Por eso, la expectativa de ser leídos, de tener lectores, de que les gusten sus textos, no es, o no solamente, vanidad. Hay una necesidad de reconocimiento, nacida de una terrible inseguridad. Carmen Laforet. “La creación te protege”. Muchas veces no, y muchos se suicidan: Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Emilio Salgari, Stefan Zweig, Virginia Woolf… tantos. Pero no solamente, en caso que así sea, te defiende la escritura: escribir es, a la vez, vivir: “es el vehículo a través del cual nos relacionamos con el mundo y con las cosas”, y vivir vicariamente, que permite poseer las propias emociones, que permite el momento oceánico de Romain Rolland: la intensidad de una trascendencia, de una iluminación, de un conectar con todo el universo ; el escritor es sus escritos, por eso, no sólo hay vanidad.

Y todo esto, tiene algo de locura. Una locura que disecciona, desde la ciencia, la psicología, la propia literatura -aquí nos quedamos con esta última, para seguir el rastro de aquella pregunta: “por qué escribimos los que escribimos”.

“Siempre he sabido que algo no funcionaba bien en mi cabeza”.  ¿Se tratará de eso? Tal vez no, tal vez sólo se trate de que “mi imaginación siempre ha galopado por su cuenta”. ¿Y es esto algo raro? Tal vez no, tal vez podamos decir que “lo verdaderamente raro es ser normal”; y, además, ser raro, “ocurre a menudo entre los creadores”, porque hay una relación “entre la creatividad y cierta extravagancia”. Lo fueron, extravagantes, Kafka, Sócrates, Proust, Agatha Christie, Hitchcock, Napoléon, Amalia Andrade, Rudyard Kipling, Isaac Dinesen, Schiller, Stefan Zweig. Y, también, los creadores anónimos. Y sepamos que “no solo estamos hablando de manías … también de ese vasto, impreciso, temible y tenebroso territorio interior que solemos denominar locura”; o, más precisamente, algún tipo de trastorno de salud mental: crisis de pánico, depresión, crisis de angustia, bipolaridad. Virginia Woolf, la propia Rosa Montero, con, aquí, su testimonio, su investigación, su interrogación, su catarsis acaso. Estar loco, estar solo, pero “una soledad descomunal … ya no perteneces a la raza humana … una soledad que no cabe en la palabra soledad”. La escritora neozelandesa Janet Frame. También la duda de sí mismo, atenazante, la inseguridad. Goethe, Leonardo da Vinci, Sylvia Plath. También la neurosis, en la forma de aparición de imágenes, ideas, desproporcionadas, en cualquier circunstancia: Proust, Emmanuel Carrere, Sylvia Plath; no se transforman siempre en literatura. Pero puede que sí: “Un día, en mitad de ese tumulto de ideas alocadas, que no sirven de nada ni van a ningún lado, se te ocurre algo que, de repente, no sabes ni por qué, te deja fascinada. Te encandila, te turba, te deslumbra, te atrapa. La emoción que sientes es tan grande que no te cabe en el pecho, que te desborda la cabeza, de modo que te dices: yo esto tengo que contarlo, tengo que compartirlo. Y ahí es donde nace el cuento, o la novela. A ese fulgor primero, tan movilizador y tan punzante, lo llamo el huevecillo. Si te fijas bien, es algo hermoso, porque desde el mismo instante de la concepción de la obra está el lector. Ese otro al que vas a contar la historia y con quien ansías compartir. El arte, creo que todo arte, es en primer lugar comunicación”.

Y no sólo comunicación. La literatura es un modo de dar orden al desorden del mundo. “La existencia es un caos, y uno de los servicios que prestamos los novelistas es dar una apariencia de causalidad y de sentido a una realidad que es solo furia y ruido. Incluso la novela más experimental y mas deshilvanada tiene un comienzo y un final y domestica de algún modo esta absurda agitación en la que vivimos. Las novelas son una pequeña isla de significado en el mar del desorden”. Narrar el mundo, lo ordena; narrarnos a nosotros mismos, ordena nuestro mundo: “Somos todos novelistas, escritores de un único libro, el de nuestra existencia”.

Pero para que el huevecillo se desarrolle, se necesita de perseverancia, de tenacidad; acompañadas de una energía y “una vitalidad feroz”; un apasionamiento. Alejandra Pizarnik. “Porque la vida no nos es suficiente”. Pessoa, Patricia Highsmith. Don Quijote. Un apartamiento del mundo, como, por ejemplo, escribir o pintar, de noche: Víctor Hugo, Baudelaire, Goya, Maupassant, Flaubert, Rimbaud, Proust, Miguel Ángel, Agatha Christie, Sylvia Plath, las hermanas Brontë. Se necesita anestesiar al “yo controlador”, y a veces para eso, se recurre a las drogas; aunque: primero pueden ayudar, después, seguro, destruyen: café, alcohol, cloral, hachís, cocaína, barbitúricos, anfetaminas, peyote, LSD: Baudelaire, Balzac, Freud, Julio Verne, Rimbaud, Valle Inclán, de Quincy, Delacroix, R. L. Stevenson, Voltaire, Shelley, Wordsworth, Byron, Keats, Coleridge, T. Gautier, Gerald de Nerval, J. Cocteau, T. Capote, Philip K. Dick, Aldous Huxley, Scott Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, Stephen King, Lucía Berlín… y tantos más.

Apasionados, extravagantes, algo locos: son los que dan orden y forma a nuestro mundo, y nuestras vidas.

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