
Ya con veinticinco años de casados, ahora en el exilio en Madrid, el escritor chileno Julio Méndez, recuerda su mujer, Gloria, cuando se conocieron, recién salida de su colegio de monjas, el Instituto Carrera. “Tranquila ahora, lee: su larga, bella espalda, la amplitud controlada de su cálido trasero, la cabeza erguida, de medio perfil, las largas piernas: La Odalisca de Ingres, sí, se lo dije la primera vez que hicimos el amor, en nuestra noche de bodas, porque hasta entonces Gloria mantuvo una virginidad monjil. Ingres, pienso al mirarla ahora, sabía dibujar como nadie: le bastaba la más sutil modulación de una línea, variar su espesor, su densidad, hacerla más profunda o casi eliminarla, para hacer real la sugerencia de masa y de peso y el satinado y la sensualidad y el calor de la espléndida carne de su modelo: la Odalisca, indolente y bella, el largo ojo de medio perfil, el turbante de la toalla multicolor después de haberse lavado el pelo, mientras leía ávidamente entonces el prohibidísimo Ulysses, que hubiera hecho desmayarse a las señoritas del Instituto Carrera que le enseñaron literatura. Ahora la mano de Ingres titubea mientras Gloria lee a Marguerite Yourcenar: las proporciones, todavía perfectas, las masas aún correctas, pero la línea satinada y modulada, que era pura poesía sugiriendo redondeces e invitando a penetrar al animal admirado, falta ahora: es menester mirarla desde nuestra historia compartida para resucitar la sensualidad. Deja el libro. Me besa. Apaga la luz. La Odalisca dormida: ahora imperfecta, pero aún la Odalisca”.