Personas decentes, de Leonardo Padura

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Personas decentes, de Leonardo Padura

Conde, “el memorioso, el recordador”, nuevamente afronta este extraño año 2016, la investigación de un crimen sangriento, brutal, perverso: el del inquisidor de escritores y artistas Reynaldo Quevedo, además de artero apropiador de sus obras; después le seguirán otros crímenes. Justo cuando, persiguiendo sus aspiraciones literarias, escribe sobre un crimen sangriento, brutal, perverso, más de cien años atrás, allá, por 1910, el de la prostituta Margarita Alcántara, una de las regenteadas por el “rey de la prostitución” Alberto Yarini; después le seguirán otros crímenes.

Ayer, como hoy, y es que “el pasado nunca termina”, se vivían tiempos de cambios, turbulencias, esperanzas, resquemores, ilusiones, decepciones. Tiempos, aquellos, en que Cuba quería ser la “Niza de América”. Tiempos, ahora, con la visita de Obama y de los Rolling Stones a La Habana, que están preocupantemente -hay mucha degradación- mejores. Pero en aquella prosperidad y esta ilusión de libertad, los muertos traen consigo la pesada carga de su pasado.

¿Debemos olvidar?, ¿debemos hacer como si nada? El inquisidor Reynaldo Arenas había seguido su vida, incluso, pretendió ser rehabilitado. Los Rolling Stones echaban polvo sobre antiguas prohibiciones.

Mario Conde, este 2016, decide no ir al recital: ahora, “Alguien” decidió que podían ser escuchados, y él no puede olvidar que en los ’60, no podían escuchar Los Beatles. No se olvida.

El inquisidor brutal Reynaldo Quevedo había aterrorizado a los habitantes de la República de las Artes cubana, ahora “Alguien” decidió “disimular bajo capas de olvido” aquello. No se olvida.

Sandalio Poblete, hermano de la poeta Natalia Poblete llevada al suicidio en aquellos años de moderna inquisición, no la olvida.

¿Cómo juzgar este pasado que irrumpe con sangre?

En “La Dulce Vida”, donde Conde trabaja como vigilante anónimo a pedido de su amigo Yoyi, hay glamour, diversión, “sin asomo de consignas ideológicas”: se gastan cincuenta dólares en una noche, el sueldo de un mes. “Definitivamente algo empezaba a cambiar … Algo andaba mal en el consabido reino de Dinamarca. O algo empezaba a funcionar bien. Al menos para algunos daneses. Lo intrigante sería saber hasta cuándo”. Conde no encaja, no entiende. Y, a la vez, lo celebra.

Investiga el crimen, a veces desde el bar de su amigo, “La Dulce Vida”, donde cada noche todo es fiesta, lujos, gastos exorbitantes. Mientras se vive en “el presente perfecto”. ¿Se puede, podemos, como Conde cada noche, entrar y salir de la “Dulce Vida” y de la dulce vida? ¿Se debe? ¿Hay derecho a la felicidad?

Aunque solo dure un momento. Porque los Reynaldo Quevedo de casi ahora mismo, los Alberto Yarini de ayer, vuelven. No solo como cadáveres trayendo la suciedad de su pasado. También por los que los celebran hoy. Exculpándose en las circunstancias. En la obediencia debida. Miremos a los victimarios también. A lo Eichmann, escudándose en explicaciones, replican los horrores; peor: amenazan con que se repitan en otros Quevedos y otros Yarinis.

Están allí, agazapados; no solo son cadáveres. ¿Qué los hizo?

¿Qué hace que la vida de una persona sea lo que es? “Lo cierto es que uno de los ejercicios más complejos y pletóricos de extrañas interrogaciones, resulta el intento de establecer cómo se construye la vida de un hombre. Intentar entender por qué motivos o decisiones alguien acaba siendo lo que es cuando nunca pensó llegar a ser lo que terminaría siendo, cuáles fueron las causas, descubrimientos, encuentros, casualidades, cuáles los giros imprevistos que encauzaron o desviaron una existencia, todas esas cuestiones tal vez pueden revelar lo imprevisible que es el hecho de vivir, incluso, la manera de morir de una persona”.

“La manera de morir”. Esos crímenes brutales, sangrientos, perversos al ser contra un inquisidor, un proxeneta, y tantos más, ¿los hacen justos? Pasados los años, ¿se debe olvidar? ¿Cómo se construye la vida de una persona?

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