
Píldoras de la crítica. Borges y el rol de la imaginación en la filosofía. David E. Johnson
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
Unas preguntas iniciales abren el juego: “¿Por qué les es importante a los(as) críticos(as) salvar a Borges de la filosofía para preservarlo para la literatura? ¿Cuál es la contaminación filosófica que amenaza con arruinar la literatura? ¿Dónde trazamos la línea entre literatura y filosofía? … Pero no son solamente los(as) críticos(as) literarios(as) y académicos(as) los que vigilan la línea divisoria entre literatura y filosofía, y que quieren rescatar a Borges para la literatura”. También los(as) filósofos(as), y los provoca: “¿De qué manera explotar y explorar -pero también ‘explotar’ en el sentido de reventar- las posibilidades literarias de la filosofía es distinto de hacer filosofía?”.
Quienes trazan una línea infranqueable, argumentan la diferencia entre texto/signos, propios de la literatura, y obra/significación, propios de la filosofía. Los primeros, singulares, son intraducibles. Los segundos, universales y reducibles a ideas, son traducibles.
Traducción: mudanza, cambio, alteración (un accidente, no es lo necesario, que es del orden del ser) -y así, apertura al otro (la no identidad) y al futuro (el tiempo) siempre impredecible. Traducción – identidad – tiempo, tres tópicos siempre presentes en la ficción y los ensayos de Borges. “Si el tiempo es nuestra sustancia y si el tiempo pasa, ¿cómo es posible dar cuenta de la identidad que exige duración o permanencia a lo largo del tiempo?”.
Se requiere una “síntesis del tiempo” que permite conocer la sucesión del tiempo [como estando desde afuera, y que funda la identidad, lo que permanece ante la sucesión del tiempo]: pero, si somos temporales no hay posibilidad de una conciencia atemporal o eterna. Hay distintas soluciones: en Kant, en Hume. En Borges: la borradura de la escritura, el presente, la eternidad, el nombre de Dios, el Aleph.
[Tal vez la proposición central resida en la afirmación de que “no hay un presente irreductible”: “que haga posible la seguridad de cualquier unidad del cualquier tipo”: está “constituido de el ya no y el todavía no”: “se encuentra marcado por el paso, el tránsito, la traducción”; por eso lo imposible hace posible lo posible; por eso uno es el otro; por eso lo no esencial, lo accidental está en el corazón del ser, lo necesario: todo es devenir, nada es fijo].
La solución de Borges es una entre otras. No solo eso: “es errada”: “un ser inmortal, al no ser susceptible a alteración alguna, no tendría la necesidad o posibilidad de un deseo, memoria o identidad”.
Hay otras soluciones. Solo traigamos esta referencia: “Desde Aristóteles a Kant, la imaginación media lo sensible y lo inteligible, las facultades del sentido y el entendimiento, sin pertenecer a ninguna de ellas”.
Kant saca a pasear en sus puntuales paseos a su perro, el can de Kant “para demostrar el truco de la síntesis temporal”: el esquema, que es el procedimiento general de la imaginación, sirve para dar a un concepto su imagen, es la determinación trascendental del tiempo que subsume los fenómenos bajo la categoría; pero, “por la libertad de la imaginación”, puede haber una mala atribución, mala interpretación, lo que debilitaría la filosofía trascendental, entonces apretará la correa de su can, dispuesto a “sacrificar la imaginación”, “estableciendo un punto de referencia invariable”: el “yo como unidad de la conciencia”, no sometido a la sucesión temporal que da lugar al libre juego espontáneo de la imaginación”.
Pero Borges “lo dejó libre de una vez por todas”. En su ‘Funes el memorioso”, a Funes “‘no solo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma, le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el de las tres y cuarto (visto de frente)’. La frustración de Funes deriva de su ‘experiencia’ de la multiplicidad de la percepción que, no obstante, debe ser sintetizada bajo un concepto general para ser recordada”.
Borges escribe, discute, funda sus ficciones y ensayos en problemas filosóficos, “el acertijo del tiempo”, y de la identidad, uno de ellos. Pero Borges, aquí, podemos acaso decir, es la figura de la imaginación, de la vindicación de la imaginación para la filosofía. Y así, abrirla a que todo sea devenir, nada fijo, uno el otro.
Una de las cualidades de la literatura, permitirnos vivir otras vidas, otros mundos, sin no solo la ilusión de la fijeza, de la identidad, sino rompiendo sus barrotes.
[Agreguemos, no con ánimo de polemizar, aquella otra residencia de lo eterno. El inefable Yo (que aquí también se discute). Pero con una localización, por así decir, más precisa: detiene la sucesión del tiempo, en un punto muy definido: no la memoria, sino el recuerdo: la memoria viva de una persona. “Solamente -nos dice Borges en su Evaristo Carriego– los países nuevos tienen pasado; es decir, recuerdo autobiográfico de él; es decir, tiene historia viva”. Porque, “si el tiempo es sucesión, debemos reconocer que donde mayor densidad hay de hechos, más tiempo corre”. Así, hay más en la esquina de Pampa y Triunvirato, en Buenos Aires, que “a la sombra de torres cientos de veces más antiguas que las higueras” en el “liviano tiempo de Granada”. Entonces, el tiempo: “emoción europea de hombres numerosos de días”, sea fijable, a la vez eterna y variablemente en el recuerdo autobiográfico (que fija y se modifica). Y no sólo el recuerdo autobiográfico de uno, también de muchos: “Generaciones ya invisibles de criollos están como enterradas vivas en él [en el juego del truco]: son él, podemos afirmar sin metáfora. Se trasluce que el tiempo es una ficción, por ese pensar. Así, desde los laberintos de cartón pintado del truco, nos hemos acercado a la metafísica: única justificación y finalidad de todos los temas”.
También podemos agregar otra mirada más. José Isaacson “Borges, las palabras genesíacas, las palabras cabalísticas”, en Sefárdica n° 6), nos propone otra residencia de lo eterno. Veámoslo, algo extensamente: “Existen, según él mismo lo declara, dos Borges; nada nos impide suponer algunos otros. Al estereotipo del Borges sutil pero frío relojero literario, armador genial pero indiferente de construcciones adjetivas, podemos agregar un Borges obsesivamente preocupado por la trascendencia, temeroso frente a la intemperie que supone la vida que nos dieron y, por eso, titubeante frente a los espejos, insobornables testigos del tiempo definido que nos tocó en suerte. En ese mundo de perecederas formas, de acechantes tigres, somos como las piezas de un ajedrez jugado por un Dios que oculta su rostro y a quien él, Borges, presiente, aunque no esté dispuesto a humillársele con previsibles ruegos. Quizá gran parte de la obra de Borges no sea otra cosa que esa oración; que él dice a su modo, sin saber que la está pronunciando. Más habla para Él que para nosotros, de donde su aparente distancia; de donde, también, su oración, su queja. Porque, aunque simule un relato, su tema, su queja, es la porción de tiempo que le ha sido concedida, y el laberinto que toda trayectoria supone, y las sombras que todo lo enturbian, y esos espejos que detesta y en los que percibe el reflejo de un reflejo. Algún Otro cuyo reflejo somos, torna inútil toda rebeldía; sólo podemos pasearnos por jardines, que siempre serán formas del laberinto. Lo único que quizá sea nuestro, algo a lo que podemos aferrarnos, es la palabra, arquetipo de la cosa. En el mundo de Borges, la palabra no es, por tanto, mero juego. Por el contrario, la palabra, en ese mundo que construye laboriosamente, es lo único que se le presenta como concreto y estable. La palabra le permite entrever las cualidades de Dios. Ante la cosa fluida y perecedera, ante el mundo —más que limitado, indefinido entre sombra y tigres —que pretender ser lo real y es, apenas, la incertidumbre y lo ambiguo, la palabra le procura un asidero que supone fijo, limitado, perenne, definido. La palabra será entonces, más que la herramienta, el material que le permita cobijarse de la “intemperie” y desde ella atisbar los recurrentes tigres siempre, dispuestos a desordenar el presunto orden de una temporalidad cuyo antes y cuyo ahora naufragan en un después de imprevisible forma. Frente a la cosa multiforme, indefinible, traidora, la palabra única, fiel, irreemplazable”. Sí, esa otra residencia de lo eterno, puede estar en este otro vaivén, las a la vez fijas y mudables palabras. Que son a su vez, residencia de la imaginación -desordenadora del mundo [y de la filosofía si la expulsa de sí].
Entonces, una posible “síntesis del tiempo”, que no está en esa otra concepción del tiempo, “entre el ya no y el todavía no” [que permite la traducción]; ni en la identidad; ni en el recuerdo autobiográfico; si no, en las palabras].