El Paraíso en la otra esquina, de Mario Vargas Llosa

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El Paraíso en la otra esquina, de Mario Vargas Llosa

“Qué madeja de coincidencias y azares decidían los destinos de las personas, ¿no, Florita?”, ¿no Koke?

Flora Tristán: por un encuentro casual en una pensión de París con el capitán de navío Zacarías Chabrié, recién llegado de Perú, recién llegada ella de Inglaterra habiendo sido allí criada doméstica de la familia Spence, sabe de su tío don Pío Tristán, que vive en Perú, y del primo de su padre, don Mariano de Goyeneche que vive en Burdeos. Eso la llevaría a Perú. Traía ya consigo la calamidad de su matrimonio con Andre Chazal, donde aprendió terriblemente “antes incluso de adquirir una cultura política, una sensibilidad social, que el sexo era uno de los instrumentos primordiales de la explotación y la dominación de la mujer” por parte de los hombres. Traía ya consigo sus investigaciones de “los submundos del capitalismo” en los que se había sumergido, vestida de hombre, allí, en Londres, “la urbe- monumento consagrado a la explotación de los obreros”.

Paul Gauguin, el nieto de Flora: de marinero, a agente de Bolsa con familia, a pintor, al desprecio que recibía de sus pares, a ese encuentro con Vincent van Gogh que lo hizo soñar con el Estudio del Sur en los mares del Sur para romper con la decadencia burguesa del arte en Europa y lo llevaría a sus estancias en Tahití y las islas Marquesas después.

Madeja de coincidencias y azares. Experiencias terribles vividas. Y algo más.

Flora, haber “abierto los ojos”: descubrir que los padecimientos del matrimonio que debían sufrir las mujeres eran hermanos de los padecimientos de los obreros.

Paul, esa maldición que era un lamento: “La mala fortuna me ha perseguido desde niño. Nunca tuve suerte, nunca alegrías. Siempre la adversidad. Por eso grito: Dios, si existes, te acuso de injusticia y de la maldad”.

Madeja de coincidencias y azares. Experiencias terribles vividas. Toma de conciencia y lamentos. Y todavía algo más aún.

Una voluntad. Una poderosa voluntad. Esa búsqueda del Paraíso, que, en el juego de los niños que jugaron primero Flora y después Paul, siempre estaba en la otra esquina: “’¿Es aquí el Paraíso?’ ‘No, señorita, en la otra esquina’. Y, mientras la niña, de esquina en esquina, preguntaba por el esquivo Paraíso, las demás se divertían cambiando a sus espaldas de lugar”. ¿Y en la vida real?

En la vida real, esa poderosa voluntad que llevó a Flora Tristán a iniciar la construcción de sus comités de La Unión Obrera en una gira por Francia en pos de su sociedad futura: “implantar la justicia universal, en un mundo sin explotadores y sin ricos, en el que, entre otras excentricidades, las mujeres tendrían los mismos derechos que los hombres ante la ley, en el seno de la familia, y hasta en el trabajo”, y que se llegaría a esa sociedad uniéndose las mujeres con los obreros. Esa poderosa voluntad que llevó a Paul Gauguin a los mares del Sur y con nuevas obras maestras mostrar su revolucionario credo estético: “la pintura debía ser expresión de la totalidad del ser humano: su inteligencia, su destreza artesanal, su cultura, pero también sus creencias, sus instintos, sus deseos, sus odios. ‘Como entre los primitivos’ … en las culturas primitivas el arte, inseparable de la religión, formaba parte de la vida cotidiana, como comer, adornarse, cantar y hacer el amor”, “sin distinguir la realidad del sueño, la verdad de la fantasía, la observación de la visión”: “crear, no imitar”.

Madeja de coincidencias y azares. Experiencias terribles vividas. Toma de conciencia y lamentos. Una poderosa voluntad.

[Poderosa, y admirable. Tal vez por eso el estilo: el narrador hablándoles a Flora y a Paul, interpelándolos, preguntándoles: “Tenías razón, Koke, cuando perorabas, allá en Le Pouldu, en Pont- Aven, en el Café Voltaire de Paris, o discutías con el Holandés Loco, en Arles, que…” – “Lo importante era que reveses y desilusiones, en vez de destruirte, te hicieron más fuerte, Andaluza”].

Admirable no sólo por ese despliegue de voluntad. Admirable porque, aunque el Paraíso pueda estar siempre en la otra esquina, entre las últimas palabras de Flora Tristán ya moribunda estuvieron éstas, terribles, desgarradoras, acusatorias: “No lloren ustedes por mí. Más bien, imítenme”.

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