
A partir de
Los hermanos Oppermann, de Lion Feuchtwanger
Gustav Oppermann, próspero director general de Muebles Oppermann, se sabe “un hombre normal, sin especiales dotes”, y lo valora, “lo normal es lo mejor. No es ambicioso. O no demasiado”.
Pero ese hombre normal, no se dedica a su empresa, sino a paseos y a gustos literarios, escribe una biografía de Lessing, y hoy cumple cincuenta años, y “se aplicó a revisar de una manera un tanto cronológica su propia vida. ¿No se le había ocurrido esta mañana lo difícil que era orientarse en la historia de la propia vida? El quincuagésimo aniversario es el día apropiado para poner un poco de orden en esta cuestión. Gustav conocía bien la biografía de muchos hombres de los siglos XVIII y XIX. Tenía práctica en reconocer qué vivencias habían sido decisivas para ellos. Era curioso lo difícil que le resultaba decidir qué era importante para su propio destino, y qué no. Y eso que había vivido acontecimientos emocionantes, que marcaron su propio destino y el destino de todos, la guerra y la revolución”. Pero -años convulsivos- la guerra y la revolución no agotaban lo que tendrían que vivir.
Todavía faltaba mucho por vivir, como un amigo le decía: “Hemos visto al proletariado desencadenado, y no fue agradable. Hemos visto a la gran burguesía desencadenada, a los latifundistas y militaristas, y fue espantoso. Pero todo habrá sido un paraíso cuando veamos desencadenados a los pequeños burgueses, a los populares y su Führer”.
Y veamos las cosas más de cerca; o, mejor, mirémoslas al revés. Lo normal puede dar lugar a cosas fuera de lo normal, o que lo llevan más allá.
Su abuelo, Immanuel Oppermann, el fundador de la empresa, “no era nada grandioso, sólo negocio y éxito”: ese hombre normal, como se ve a sí mismo Gustav ahora. “Pero para la historia del judaísmo berlinés era mucho más … Mediante su sólida y múltiple vinculación con la población, contribuyó a convertir la emancipación de los judíos alemanes, estipulado en unos párrafos escritos en papel, en un hecho, a hacer de Alemania una auténtica patria para los judíos”.
Pero démosle nuevamente una vuelta. A pesar de haber sido protagonista en la emancipación de los judíos alemanes, “qué lenta, rectilínea, aburrida discurría una vida como la de Immanuel Oppermann, comparada con la vida de un ser humano medio de hoy”, una vida sacudida por la guerra, por la revolución, y por, ahora, la contrarrevolución. Una contrarrevolución, el nazismo, que debía afrontar en sus aspectos más cotidianos su hermano Martin.
Para Martin Oppermann, la relación con sus hermanos es tirante. Piensa que “para Gustav es fácil, demasiado fácil. También para Edgar, el médico, es fácil. Él, Martin, ha tenido que asumir en solitario la sucesión de Immanuel Oppermann. En estos tiempos de crisis y de creciente antisemitismo, es condenadamente difícil representar esa sucesión con dignidad”: El Gobierno del partido nacionalsocialista aumenta los impuestos para los comercios judíos y así favorecer los cristianos, además, los comercios judíos son hostigados con cartas de amenaza.
Intentó una frágil solución: “demostrar que los negocios de los Oppermann podían sacudirse el odio a los judíos”. El modo de hacerlo: ocultarse: cambiar el nombre a Alemana de Fábricas del Mueble. Informa de esta solución a sus hermanos Gustav y Edgard, y al marido de su hermana Klara, Jacques Lavendel, que le dice que tal vez se han demorado mucho en hacer esto: los progroms arrecian.
Lavendel insiste en esto, pues nadie parece prestarle atención: “había visto crecer varios movimientos peligrosos durante años, a veces durante décadas, sin sacar las necesarias consecuencias. Lo que había aprendido de la historia es que era asombroso que los amenazados en cada momento pensaran en ponerse a salvo demasiado tarde. Por qué, maldita sea, tantos aristócratas franceses habían sido tan burros como para dejarse sorprender por la Revolución, cuando hoy cualquier niño de colegio sabía que desde los escritos de Rousseau y Voltaire tenían que haberlo sabido décadas antes”.
Ponerse a salvo. Hacerlo a tiempo. Aprender de la historia.
Pero no era la única enseñanza de la historia esto de ponerse a salvo a tiempo, como concluía él de lo que conocía de la Revolución Francesa.
El nuevo profesor nacionalsocialista, Vogelsang, de Berhold Oppermann, el hijo de Martin, le asigna maliciosamente, sabiéndole judío, el tema “Hermann el alemán”, aquel bravo que lideró el derrotado alzamiento alemán contra el Imperio Romano.
Berthold investiga.
Su tío Jacques Lavender, en el mismo sentido de sus conclusiones sobre la Revolución Francesa, le dice “que los bárbaros habían cometido en su momento el mismo error que los judíos setenta años después: emprender una rebelión sin esperanzas contra una superpotencia magníficamente organizada”.
Lo contrario le dice su otro tío, Joachim Ranzow, el hermano de su madre: “Sabes, muchacho, que al final la cosa terminara mal no demuestra nada». Y recita: ‘Uno pregunta qué será lo mejor / Otro, qué está bien / Y en eso se distinguen / El hombre libre y el esclavo’.
Berthold concluye que «Hermann tenía razón. No sólo con la rebelión, también con el peligro de la ulterior derrota, los germanos supieron lo que son, cristalizaron, se vivieron a sí mismos. Sin esa rebelión jamás habrían entrado en la historia, se habrían disuelto en la historia de los otros”.
Ruth Oppermann, su prima, coincidía y retrocedía incluso más atrás: “la acción de Hermann había sido la única posible. Hizo lo que unos siglos antes habían hecho los macabeos, se resistió contra los opresores, los echó del país. ¿Qué otra cosa se puede hacer con los opresores?”
Ahora, la gran historia se reproducía invertida en la pequeña historia: Berthold expone, el profesor Vogelsang lo ataca y exige una disculpa por considerar atacada la historia alemana: ¿qué hacer, disculparse con astucia, negarse a la disculpa con un “valor de mártir?
¿Y con los actuales opresores en potencia, esos nacionalsocialistas que unos dicen que llegarán al gobierno y otros que no, mientras su violencia callejera agita todo el ambiente? Unos, sin nada saber de este dilema, creen que nada cambiará las cosas, o al menos que no empeorarán. Otros, como algunos empleados de los Oppermann, mientras tanto, juntan las quinientas libras esterlinas necesarias para emigrar a Palestina.
Pero, finalmente, Hitler fue nombrado Canciller del Reich. “Una barbarie como Alemania no había conocido desde la guerra de los Treinta Años se extendía sobre el país”. Cada cual responde como puede.
Gustav se va de Alemania. Berthold se suicida. Para los que quedaron, sólo les esperaban los golpes, las humillaciones, los progroms, los sótanos de tortura, los insultos, los campos de concentración, la muerte. Pocos después se va yendo el resto de sus familiares. “La historia de Immanuel Oppermann y sus hijos y nietos había terminado … Lo que tres generaciones de ellos construyeron en Berlín, siete generaciones de ellos en Alemania, se ha ido. Martin se va a Londres, Edgar a París, Ruth está en Tel Aviv, Gustav, Jacques y Heinrich irán quién sabe dónde. Han sido barridos hacia los siete mares del mundo, hacia todos los puntos cardinales”.
Ya fuera de Alemania, discuten; ¿Qué hacer ante tantos horrores? Conmovido por las noticias que va recibiendo, Gustav decide volver. A quien decide que no, le espeta: “no tiene suficiente odio”. Ya dentro de Alemania, creía poder pasar desapercibido ayudando a la resistencia, pronto descubrirá que no: lo encierran en un campo de concentración. Morirá poco después. ¿Valió la pena; morir o vivir por una idea? El doctor Klaus Frischlin, su secretario y amigo, dirá, trágicamente: “sin duda no había estado en posesión de la verdad, pero había sido un buen ejemplo de ella”.
Gentes normales viviendo, primero incipientemente, después dramáticamente, dramas históricos. ¿Se puede seguir con aquello de dejar pasar todo, aunque arrecien los anuncios de los horrores que vendrán? Y si no se deja pasar, ¿qué se debe hacer; huir como aconseja Lavender; embarcarse en una lucha aunque se sepa de antemano derrotado como los macabeos, como Hermann el Alemán, como los propios Oppermann? Advertencias y dilemas que se repiten, que llegan hasta hoy mismo, hasta ahora mismo, hasta este preciso instante.
[Y con estos dilemas, aquella temible, acaso sencilla advertencia ante cualquier decisión: no estar en posesión de la verdad y ser un buen ejemplo de ella: Tomando una decisión personal equivocada encarnar una verdad histórica].
(Alianza Editorial. Traducción del alemán por Carlos Fortea)