Juliano el apóstata, de Gore Vidal

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Juliano el apóstata, de Gore Vidal

Nadie imaginaba que el último hijo de la imperial familia de Constantino, designado para ser sacerdote, lector y estudiante oculto de la Filosofía, iniciado en los misterios, secreto adherente del helenismo desde joven, sensible ante los horrores del mundo y los crímenes de atanasios contra arrianos que comprendería como crímenes del cristianismo entero, anhelando entonces la restauración de las religiones antiguas de los griegos que habían conformado aquel viejo y bello mundo, llegaría a ser el emperador Juliano.

Aunque se sabía destinado a lo grande, lo dijeron presagios, misterios y oráculos, lo dijeron los mismos dioses por medio de sus sueños -ese modo que tienen de comunicarse con nosotros-, no estaba entre sus pretensiones la lucha por el trono.

Triste devenir de las cosas. Contra sí mismo lo empujó el emperador Constancio, su primo y medio hermano, al ofenderlo, al debilitarlo como César de Galia, al preparar su derrota y su muerte.

Triste devenir de las cosas. Constancio se lanzó a aquello no en respuesta a usurpadoras pretensiones de Juliano, sino atrapado por sus propios temores a conspiraciones de usurpadores.

No fue solo el devenir de las cosas. El enfrentamiento entre Constancio y Juliano, fue la “lucha entre los galileos y los verdaderos dioses, y triunfaremos porque yo he sido elegido para triunfar”. Estaba en lo cierto. Juliano fue designado Augusto, señor del mundo, tras la muerte de Constancio.

Inició sus reformas, administrativas y políticas; también morales. Inició la tolerancia religiosa, que promovía la convivencia de las antiguas creencias de los verdaderos dioses con el cristianismo. Inició la expansión del imperio llevándolo hasta Persia esperando llegar a la India, más lejos que Alejandro Magno.

Había sido elegido para triunfar, y triunfó, y en ese mismo momento cayó.

Advirtiendo su caída, en un momento de desesperación se lamentaba: “los dioses se ríen de nosotros”. Se preguntaba impotente: “¿dónde he fracasado?”.

Triste devenir de nuestras decisiones. “Todo lo que yo pedía era tiempo. Tiempo para rejuvenecer un viejo mundo, para hacer del invierno primavera, liberar al Dios Uno del triple monstruo de los ateos”.

Tal vez la amarga risa de los dioses fuera haber sido vencedor en tiempos de vencidos. O acaso, ¿es posible rejuvenecer un viejo mundo?

(Edhasa. Traducción de Eduardo Masullo)

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