
“¿Alguien vio alguna vez como en esta tela, una tierra equiparable al mar?
… infunde en la tela un color de borra de vino; y es la tierra con olor a vino, la que todavía chapotea entre oleadas de trigo, la que yergue una cresta de gallo oscuro contra las nubes bajas que se agolpan en el cielo por todas partes…
Lo lúgubre del asunto reside en la suntuosidad con que están representados los cuervos.
… En lugar de líneas y formas el pintaba cosas de la naturaleza inerte que parecían movidas por convulsiones.
… Los cuervos pintados dos días antes de morir no le abrieron, más que sus otras pinturas, la puerta de cierta gloria póstuma, pero a la pintura pintada, o más precisamente a la naturaleza no pintada, le abren la puerta secreta de un más allá posible, de una constante realidad posible, a través de la puerta abierta por Van Gogh, a un misterioso y temerario más allá.
… Lo que más me asombra de Van Gogh, el pintor de todos los pintores, es que sin sobrepasar lo que se llama y es pintura, sin dejar de lado el pincel, el tubo, el encuadre del motivo y de la tela, sin apelar a la anécdota, a la narración, al drama, a la acción con imágenes, a la belleza propia del tema y del objeto, logró infundir pasión a la naturaleza y a los objetos…
Cualquiera que haya escrito, esculpido, pintado, modelado, construido, inventado, lo ha hecho sólo para escapar del infierno…
En los cuadros de Van Gogh no hay fantasmas, ni alucinaciones, ni visiones.
Sólo la sofocante verdad de un sol de las dos de la tarde”.