
A partir de
El jardín de al lado, José Donoso
Siete años después de exiliarse voluntariamente en España, ya en 1980, tras el golpe de Estado de en Chile, Julio, escritor que aspira a escribir la gran novela latinoamericana partiendo por sus seis días preso en las cárceles de Pinochet, Gloria, su mujer, traductora, que aspira a que Julio escriba la gran novela latinoamericana partiendo por sus seis días preso en las cárceles de Pinochet, se encuentran con otras cárceles.
La empiezan a descubrir, paradójicamente, en un respiro de sus días grises y pobres en su departamento venido a menos en Sitges, cuando su amigo rico y famoso, el pintor Pancho Salvatierra, los invita por unos meses a Madrid a cuidar su departamento mientras él se va de vacaciones. Lo empiezan a descubrir, paradójicamente, o ya no tanto, al observar el jardín de al lado de esa familia rica y noble vecina de Pancho.
Observarlos, les abre esa terrible pregunta: “¿por qué no podemos vivir de otra manera?” No a la manera de ese exilio pobre, nostálgico, aún temiendo y escondiéndose, sobre todo, ellos lo viven descarnadamente, con ese peso del fracaso, de esa unidad asfixiante del destino personal y colectivo, su derrota, su doble derrota, la tragedia de Chile, la tragedia de los chilenos, la tragedia de Julio y Gloria, viviendo ahora “el mal crónico del desencanto”, agravado por el rechazo de sus hijos, de las generaciones que les siguieron, tras la ”exaltación política” de ellos, el desinterés y repudio de sus hijos.
La pregunta les abre una búsqueda. Porque espiar a esos vecinos nobles y ricos, es “espiar cómo se va articulando día a día una coherencia distinta a todas las que yo conozco en el jardín de al lado”.
Una búsqueda que se ahonda, “ha palidecido el sentido de misión por el que entonces yo abogaba como único fin de la literatura: queda este jardín despoblado para una luminosa inquisición”.
Descubren esas otras cárceles que, por mucho más que seis días, los aprisionan.
Era una cárcel el jardín de al lado de su casa de la calle Roma en Santiago de Chile, en el que primero se aprisionó su padre, diputado liberal derrotado por la radicalización política y el cierre del Congreso tras el golpe; después su madre, enferma, encerrada en su cama, solo mirándolo desde allí; por último él, negándose a vender esa casa pensando en los paltos y los naranjos y una historia que, debió admitir después, es “un mundo que ya no existe”, y que con su vana negativa a vender lo mantenía en la pobreza.
Era una cárcel la depresión de Gloria, atada a esperar de su marido que cumpla la promesa de gran escritor.
Era una cárcel la novela de Julio, empeñado imposiblemente en escribirla y lograr la aprobación de la despótica editora Nuria Monclus, creadora del boom de la literatura latinoamericana y así integrarse a sus estrellas Vargas Llosa, García Márquez, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, el ecuatoriano Marcelo Chiriboga.
Y descubrió que el mayor fracaso y derrota personales que se sobreponía a la derrota colectiva, la prolongaba, el secreto de este padecimiento “es que en el fondo nadie quiere salir de su respectiva cárcel”.
Salir de la cárcel. Gloria se pondrá a escribir novelas, admiradas por Nuria Monclus, Julio a hacer clases de literatura inglesa en la Universidad de Barcelona y realizar admirables traducciones.
¿Aceptarse, resignadamente? Sería engañoso. Gloria se hizo escritora. Y el secreto del secreto, podríamos así decir, está encomenzar por reconocer las cárceles que nos atrapan.