A partir de

Johnny Panic y la Biblia de los Sueños, de Sylvia Plath

Como ayudante de la secretaria de una de las salas para enfermos externos en el edificio clínico del hospital municipal en su clínica psiquiátrica para adultos, pudo llegar a una conclusión definitiva: “al mundo lo gobierna una cosa y nada más que una. Pánico con cara de perro, cara de demonio, cara de bruja, cara de puta, pánico con letras mayúsculas y sin rostro alguno: se trata siempre del mismo Johnny Panic, despierto o dormido”.

En realidad, su verdadero trabajo es otro: “En la intimidad del apartamento donde vivo, me tengo, ni más ni menos, por secretaria del mismísimo Johnny Panic”. ¿Cómo? Haciendo de “coleccionista de sueños”, los sueños de los pacientes del hospital: “He ido adquiriendo la curiosa costumbre de identificar a los pacientes que acuden al hospital por sus sueños. Por lo que a mí se refiere, los sueños los diferencian más que el apellido”, y los va pasando en limpio en un cuaderno, día a día, al regresar a su casa.

Va escribiendo así su Biblia de los Sueños, con su máxima: ‘El miedo perfecto acaba con todo lo demás’.

Pero tiene una dificultad: los médicos, esos “asesinos de Johnny Panic”, en búsqueda, para sus pacientes de “ese estúpido destino que los médicos llaman salud y felicidad”. Debe entonces acelerar su trabajo de recolección de sueños: empieza a quedarse por las noches, para revisar los registros clínicos, anotarlos en su block y poder traspasarlos a su Biblia, ya en su casa.

Los asesinos de Johnny Panic la descubren. Pero, ¿pueden juzgarla, someterla el electroshock como pretenden?

Pueden, claro. Lo hacen, claro. Y escuchemos su sentencia: “Esta muchacha —dice el director, con entonación triste y severa— ha estado otra vez perdiendo el tiempo con Johnny Panic”: creen, como ella, en la existencia de Johnny Panic.

Sabemos así entonces que Johnny Panic reina más allá de sus cultores. Sobre unos, que mansamente escriben su Biblia. Y aún sobre los otros, que violentamente quieren extirparlo.