Espejo de lo moderno, de Dana Hart

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Espejo de lo moderno, de Dana Hart

¿Dónde reside, en esta compleja contemporaneidad, lo moderno?

Leo, o la creciente presión del entorno o los símbolos arcaicos del poder patriarcal o la intrascedencia de un tipo común. “Su frente comenzó por quedarse pelada. Es algo que afecta predominantemente a los hombres, el cabello se les empieza a caer en la parte más alta de la cabeza, y sale con más fuerza y firmeza en las partes menos deseadas de sus cuerpos … Por esta razón cuando iba caminando por la calle, su fijación principal estaba orientada en torno al cabello. Miraba a las personas pasar y su primera mirada se iba directamente hacia la parte más alta de su cuerpo, la cima de la cabeza … La obsesión era tal, que cuando le preguntaba a alguien la famosa frase: “¿Cómo estás?”, se respondía solo según lo que veía en la cabeza ajena. Si veía una frondosa cabellera, abundante, aunque estuviera encanecida, se respondía por dentro: “Se nota que andas bien”. Pero si lo que veía era la triste desolación de una cabeza oxidada se entristecía por la otra persona, creyendo entender que estar bien o estar mal iba en directa relación con el bienestar de la cabellera. ¿Habrá sido un trauma de origen lo que llevó a Leo a preocuparse tan fervientemente por este asunto? ¿O será producto de un entorno acosante, que se la pasa diciéndole que la falta de cabello es pérdida de poder, de virilidad, de capacidad de hombría. Y es que quién no ha escuchado sobre el mito de Sansón, y aquel momento en el que alguien hoza cortarle la cabellera (¿o había sido él mismo?), perdiendo así su fuerza y su poder. ¿Quién podría relacionar poder con cabellera? Otra de las premisas absurdas de la modernidad”.

Pero, ¿esta rara obsesión lo define, define su modernidad? Leo tiene su trabajo en una empresa de comunicaciones, tiene una novia que lo dejó, tiene sueños, cuenta leyendas. “Pero esto no tiene sentido y nadie quiere leer algo sin sentido en pleno siglo XXI. Nadie quiere leer sobre la historia de un tipo, que tiene tales o cuales características, que es de determinada manera a cierta edad y luego cambia. Nadie quiere leer respecto al relato detallado de las formas de la cara, ni de los días contados en la vida de un hombre, cuya relación con el medio social y político, es prácticamente nula. Lo que la gente quiere leer son historias de opresión, de lucha contra esa opresión, de triunfos o derrotas que enseñan, quiere aprender de las historias y no revivirlas en su vacío y su miseria. Leo, se va a morir a los 67 años y nadie recordará su nombre, ni su cara, ni el modo tan gracioso que tenía de contar chistes. Se va a ir sin decirle adiós a nadie. Sin pasar a la historia, sin haber clavado la bandera en ningún trozo de tierra. La era de los grandes hombres ya pasó y están determinados ahora a dar pasos cortos, sin saltos, atados, sujetos a la historia que los atrapó porque perdieron, porque lo hicieron mal, porque fueron derrotados”.

¿Es la modernidad esta intrascendencia de tipos comunes? No nos adelantemos.

Acaso la modernidad, haya desplazado a sus protagonistas. “Ahora la historia la escriben las mujeres, es de las mujeres disidentes, que luchan, fuertes, que pelean, que salen en las redes sociales abrazando causas, llorando por los triunfos de las leyes de aborto, peleando con todas las fuerzas. La historia es de les que luchan. Pero Leo se quedó sentado en su casa, mirando las noticias por la tele, pese a su cotidianeidad como trabajador, se quedó mirando”.

“Adiós Leo, adiós para siempre”.

Violeta, o la necesidad de palabras nuevas para nuevas épocas. “¿Violeta o violenta?, le preguntaban a modo de broma los comensales de una cena que no terminaría nada bien: la cena de la vida”. Pero, esta broma, ¿por qué? Si Violeta vivía la vida dura, con un novio anarquista, con una casa a medio hacer, con un hijo al que cuidaba. Además de que cuidar era su trabajo, a ancianos y a niños. Tanto, que “cuidar gente se terminó transformando en su estilo de vida, en su forma de ser”. Eso era parte de las obligaciones cotidianas. Pero no era todo. Y tenía su reverse. Se suma a la marea verde por el aborto. Es que “la normalidad es una caja en la que no quieren entrar, ni por la buena ni por la fuerza. Así que buscan las formas de romper el estatus quo a como dé lugar”. Y ahí hay otra cosa, “se ha hecho amigas al interior del movimiento, con las que se contacta regularmente a través de las redes sociales. Se mantienen comunicadas, si se me da licencia para inventa una palabra: comunidas”. Palabras nuevas para una nueva época, ni de la autoritaria señora Nelly que cuida, ni siquiera de Virginia Woolf y sus amores con Vita pero llena de una tristeza que sus ojos reflejan en sus fotografías, ni siquiera de la misma Violeta cuando años atrás veía en la televisión programas de famosos y quería ser como ellos. Acaso el “chiste” de ser violenta Violeta, sea la incomodidad de quienes no pueden entender las palabras nuevas que se necesitan.

Mirna, o la imaginación, la insatisfacción y la rabia. Los padres que no “no entregan la manutención mensual de forma adecuada” (y que “eso no implica que pierde su derecho a visitas”, todo un asunto cotidiano y a la vez más que cotidiano: niega lo que se proclama y se enseña: que todo derecho va de la mano de una obligación: brava digresión). En el intento reciente de la toma del Capitolio, otra figura de hombre: “un hulligan, nazi, Bonaparte de ultra derecha, usaba un sombrero de animal, tenía la cara pintada con los colores de una obtusa bandera y su vientre peludo al descubierto. Un violador al capitolio”. Su marido, en su taller mecánico, echado en un sillón. Mirna se aburre. Se escapa. “Se encierra en el baño, para tocarse la vagina suavecito un rato. Frota sus dedos contra el clítoris, apoyada contra la pared, sin pensar en el afuera, imaginando todo tipo de cosas”. No solo sexuales. Imagina. “Quisiera ver pasar algo más apasionante para ella, algo o alguien, o un conjunto de alguienes”. Pero mira para afuera, y “no pasa nada. Ni las vecinas. Ni la viejita acostumbrada a pasar, con sus pantuflas antes rosas, a comprar el pan a la esquina. No pasa nada, no pasa nadie. Y Mirna se pregunta si la vida continúa o esto era todo, o quedaba acá”. Y entonces, rememorando su vida, piensa en “a falta. La carencia. Las ganas. La insatisfacción del deseo … y Mirna, siente la angustia de la quietud”. Y quiere romper todo. No lo hace. Pero quiere romperlo todo.

Si lo moderno en Baudelaire es lo nuevo, es el valor de lo privado (que puede ser pintado o narrado como en Balzac), es fundirse en la multitud flotante de la ciudad, es lo efímero que tiene su parte de eterno, es la figura del dandy. Aquí, lo moderno es esta tensión entre Las palabras nuevas que necesitan ser creadas. La imaginación, la insatisfacción y la rabia de las mujeres que desplazan a la intrascendencia al tipo común, que crea nuevas redes y nuevas palabras para nombrar las cosas, y que va dando una nueva figura, a las nuevas protagonistas.

 (Puede leerse en: https://danahartescritora.com/hibridos/)

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