
A partir de
La cocinera de Frida, de Florencia Etcheves
Hay encuentros mágicos. Esa magia, ¿de dónde viene? Cuando Nayeli Cruz, niña huyendo vestida de niño, aconsejada por su hermana de un destino de esposa y madre en Tehuantepec, llegó a la ciudad de México, se detuvo ante la Casa Azul, sin saber nada de ella, y miró hacia adentro. Justo cuando Frida Kahlo, con toda su tristeza, miraba por la ventana hacia afuera y su “mente la llevó a esa misma ventana que la cautivaba cuando apenas era una niña de seis años. Cada vez que se sentía sola, realmente sola, en la soledad más absoluta, un juego la devolvía el rugir de la sangre en las venas: echaba en el vidrio un vaho de aliento hasta dejarlo empañado y con el dedo dibujaba una puerta. Por esa puerta su imaginación, que siempre había sido frondosa, se escapaba con alegría, con urgencia. Entonces atravesaba un llano inmenso, hasta llegar a una lechería que se llamaba Pinzón. La ‘O’ del nombre estaba abierta, y del otro lado la esperaba una amiga imaginaria. Una chica alegre, que se reía mucho y sin sonidos. Era ágil y bailaba como si fuera una pluma”.
Frida salió, tomó de la mano a Nayeli, que era la amiga imaginaria, lo sabía, la llevó consigo, la protegió, Nayeli diría con orgullo después que era la cocinera de Frida.
Y empezó una larga historia. La historia de las mujeres Cruz: Nayeli, su hija Felipa, su nieta Paloma. La historia de la corrupción del arte tras el misterioso cuadro, ¿quién lo había pintado?, que encontró Paloma entre las cosas de su abuela Nayeli cuando murió. La historia de la otra valoración del arte, ese valor que no se cuenta en la plata que interesaba a oscuros negociantes y falsificadores como los Pallares o Lorena Funes, y que se mide de otro modo: “la historia cotiza más que el cuadro. La historia es la verdadera obra de arte”, y ¿cuál era esa historia? La historia de las rivalidades familiares, como entre Cristóbal y Ramiro Pallares.
Pero, acaso, no sea más que “la saga familiar de los Pallares, una versión mediocre de Caín y Abel”; y acaso su mirada del arte sea del mismo tenor: cuando Paloma vio el retrato de una mujer que realizaba Ramiro, “no pude evitar tocar el dibujo con la punta de los dedos, necesitaba comprobar que no era una foto” para así valorarlo: “Es un retrato hermoso. Parece una foto. Es perfecto”.
Entonces, puede que valga en vez de todo esto, aquel primer encuentro mágico, las historias que siguen a esos encuentros pueden ser variadas, emocionantes, mediocres, sentimentales, apasionantes. Encuentros mágicos, inauguradores. ¿De dónde provienen? ¿de la casualidad? ¿de la imaginación, la de una solitaria niña desvalida, de una gran pintora reconocida? Encuentros que inauguran, sin saberlo en su momento, historias que nos marcan, y que pueden darse en cualquier momento de la vida, entre las más dispares personas, de las maneras más inesperadas.
Muy lindo encuentro magico. Gracias
Me gustaLe gusta a 1 persona