ARTE Y LITERATURA. La pintura, Delacroix. George Sand

“En una de mis cortas visitas a París, entré un día al museo de pintura. Anteriormente había estado allí, pero siempre había mirado sin ver, segura de no entender y sin saber cuánto se puede gozar aún no entendiendo. Volví al otro día, y al otro, y en el viaje siguiente, queriendo conocer una por una todas las obras maestras y percibir la diferencia entre las escuelas más allá de las variantes de tipos y asuntos, me fui sola y en secreto desde que abrieron el museo y allí me quedé hasta que lo cerraron. Estaba asombrada, como paralizada, ante los Tizianos, los Tintorettos, los Rubens. Primero la escuela flamenca me fascinó por su poética realidad, y poco a poco llegué a entender porqué se estimaba tanto la escuela italiana. Como no había nadie que me dijera lo que era bueno, mi creciente admiración tenía todas las características de un descubrimiento, y me sentía sorprendida y feliz al hallar en la pintura unos goces similares a los que me había proporcionado la música. Me faltaba mucho por entender, no tenía la menor noción precisa sobre este arte, que, al igual que los otros, no se manifiesta a los sentidos sin el auxilio del entendimiento y sin una educación adecuada. Sabía muy bien que decir ante un cuadro: ‘Veo porque tengo ojos, y puesto que veo, juzgo’, es una insolencia total. Entonces no decía nada, ni me preguntaba si entre mí y alguna creación genial había oposición o atracciones. Miraba, estaba subyugada, me sentía transportada a otro mundo. Por la noche veía desfilar ante mí todas esas grandes figuras que han conseguido un toque de prestigio espiritual, aun aquellas que no encarnan más que la fuerza o la salud físicas. Es que en la buena pintura se siente lo que es la vida: es como un magnífico compendio de la forma y la expresión de los seres y las cosas, frecuentemente ocultas o diluidas en la agitación de la realidad y en el reconocimiento del que las contempla; es el espectáculo de la naturaleza y de la humanidad visto a través del sentimiento genial que le ha dado vida y lo ha sacado a la luz. ¡Qué afortunado es el espíritu virgen que no va a tales obras con prevenciones críticas ni con pretensiones de opinión personal! El mundo se abría ante mí. Veía al mismo tiempo el presente y el pasado, me volvía clásica y romántica a la vez, sin saber lo que significaba la agitada polémica de las artes. Veía el mundo verdadero surgiendo a través de los fantasmas de mi imaginación y las inseguridades de mi asombro. Me parecía haber conquistado algún tesoro inagotable cuya existencia había ignorado hasta entonces”.

“Eugenie Delacroix fue una de mis primeras amistades en el ambiente artístico, y tengo el placer de contarlo para siempre entre mis viejos amigos. Viejo, como se sabe, es la palabra que califica a las relaciones, y no a la persona. Delacroix no es ni será nunca viejo. Es un genio y un hombre siempre joven … en su arte es un innovador y el audaz por antonomasia. Para mí es el máximo maestro de esta época, y también lo es, relativamente, del pasado; está destinado a ser uno de los primeros en la historia de la pintura … En todos los obstáculos que lo rodean, ve monstruos por vencer, y especialmente cree encontrarlos en las ideas progresistas, de las que no ve, o no quiere ver, más que el lado imperfecto o desbordado. La suya es una voluntad demasiado exclusiva y ardiente como para aceptar las cosas en estado abstracto. En este plano de las ideas es como Marie Dorval en el de las religiosas. Estas imaginaciones poderosas necesitan un terreno sólido para asentar el mundo de sus pensamientos. No se les puede decir que esperen a que se haga la luz. Les horroriza lo impreciso, exigen el pleno día. Es muy simple: ellas mismas son el día y la luz.

… es uno de esos maestros que crecen hasta el último momento y acerca de los cuales es un error creer que ha dicho su última palabra en cada nueva creación.

… la honestidad de su conducta; no le interesó nunca ganar mucho dinero, prefirió llevar una vida modesta y aun con apremios, antes que doblegarse ante los gustos y las ideas del siglo o hacer concesiones sobre sus principios artísticos. Con heroica perseverancia, sufriente, enfermo, aparentemente destrozado, ha seguido su carrera sin hacer caso de los tontos desdenes, sin devolver nunca mal por otro mal, a pesar del ingenio y los conocimientos que lo hubieran hecho temible en esas luchas sordas y encarnizadas del amor propio; siempre se ha respetado a sí mismo hasta en las menores cosas, sin burlar jamás al público, y exponiendo todos los años en medio de un fuego cruzado de insultos que habrían aturdido y acobardado a cualquier otro; nunca descansó, y sacrificó todos sus placeres, ya que ama y entiende a la perfección todas las artes, a la ley inflexible de un trabajo durante mucho tiempo improductivo para su bienestar y su éxito: en una palabra, ha vivido al día, sin envidiar el absurdo boato de que algunos artistas arribistas se rodean.

Siempre, en todas las épocas y países, se menciona a los artistas que no han claudicado frente a la vanidad o la avaricia, que no han sacrificado nada a la ambición o a la venganza. Hablar de Delacroix es hablar de uno de esos hombres puros, acerca de los cuales se cree que decir que han sido honestos es suficiente.

No tengo por qué contar aquí la historia de nuestras relaciones; está contenida en una sola palabra: amistad, amistad sin nubes”.

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