
A partir de
Prometeo encadenado (el Prometeo de Esquilo)
Prometeo, “el dios más aborrecido de los dioses”, debe aprender “a llevar de buen grado el dominio de Zeus, y cese en sus pretensiones de amor a los hombres”, esos “seres de un día”, los mortales.
Y para aprenderlo, fue castigado por Zeus, mandado a encadenar por Hefesto en una montaña del Cáucaso. “Miradme encadenado, dios infeliz … por mi extremado amor a los mortales”.
Pero, ¿fue esta la causa?
No sólo trata de su extremado amor por los mortales. Un nuevo poder tirano se entronizó. Le recuerdan las Oceánidas que “nuevos timoneles rigen el Olimpo; Zeus manda a su gusto con desaforadas leyes; lo que ayer era grande ha desaparecido hoy de nuestra vista”.
Y en este tirano ascenso de Zeus, Prometeo estuvo involucrado, ayudándole en su entronización. “Y ahora ese tirano de los dioses, favorecido por mi con tales servicios, con esta fementida paga me corresponde: que es achaque de la tiranía no fiarse de los amigos”.
Pero, todavía, ¿es esta la causa?
No solo el extremado amor por los mortales. No solo la entronización de una nueva tiranía, con sus maldades y achaques. Un desafío. “Después de repartir entre los dioses a cada cual su merced, y ordenar el imperio, para nada tuvo en cuenta a los mortales, antes bien, imaginaba aniquilarlos y crear una nueva raza. Ninguno le salió al paso en sus intentos, excepto yo. Yo lo osé¸ yo libré a los mortales de ser precipitados hechos polvo en el Orco profundo. Por eso me veo ahora abrumado con tan fieros tormentos”.
Una nueva raza. Mostrar Zeus “su soberbio poder a los antiguos dioses”, y se oyen “tristes gemidos”, “se duelen”, los mortales, habitantes de Asia, las vírgenes de la Cólquida, los escitas, la flor de la belicosa Arabia, quienes habitan el Cáucaso. Ellos sí, nuevos pueblos dominados.
Y al desafiar a Zeus, no solo salvo a los “hombres de un día” de la aniquilación, sino que les dio además las artes, las industrias para crecer y prosperar. “Por Prometeo tienen los hombres todas las artes”.
Y aquí está Prometeo, encadenado. Sacan las Oceánidas una temible enseñanza: “al contemplarte acabado por tormentos sin número, me estremezco de horror. Piadoso en demasía fuiste con los mortales, Prometeo, sin temor de Zeus, y siguiendo solo tu natural impulso. Y bien, amigo, qué gracia te ha valido tu gracia, dinos. ¿Quién de los seres de un día será tu amparo? ¿Quién tu escudo? ¿Pues no conocías la menguada flaqueza que a modo de un sueño embarga a la ciega raza de los hombres? Jamás los consejos de los mortales prevalecerán contra la ordenación de Zeus. Esto me enseña la contemplación de tus desastrosos infortunios”.
Pero, sigamos, ¿es esta la causa?
No solo el extremado amor por los mortales. No solo la entronización de una nueva tiranía, con sus maldades y achaques. No solo un desafío. La insuficiencia de solo desafiar. Agregan las Oceánidas que Zeus, “airado siempre, siempre recio de condición, oprime al celeste linaje, y no cederá mientras no sacie su encono. O por ventura alguno con cualquiera industria no lo arranque un poder difícil de arrebatar”.
Lo sabe Prometeo. “No hay término a mis males mientras Zeus no caiga de su señorío”. Lo sabe, pero ya está encadenado. Lo sabe, pero sus males solo aumentarán. A las cadenas, el águila que devorará por siempre su hígado.
No es el Prometeo de Platón, la sola condición de posibilidad de vivir, que no basta. No es el Prometeo de Robert Graves que rivaliza, desafía, se venga, da pero no toma. No es el Prometeo de Percy Bysshe Shelley que da todo sin tener nada, terminando todo en su contrario. Es el Prometeo que, aun sabiéndolo necesario, no destrona al tirano. Prometeo, tener todo y nunca alcanzar nada.