República, IX (La Helena de Platón)

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República, IX (La Helena de Platón)

Examinando al “hombre tiránico … cómo pasa de democrático a tiránico”, necesita Sócrates exponerle a Glaucón “con suficiente precisión la naturaleza y las diferentes clases de deseos”.

Comenzando por los que surgen en el sueño, “deseos terribles, salvajes y sin freno”.

El hombre tiránico se forma en una vida de absoluto desorden, de exaltación de sus deseos, de ocio y derroche, haciéndolo una suerte de zángano al que agrega el aguijón de la ambición. Y así, expurga de su alma la sensatez y la colma de un furor desconocido.

Con todo esto, “¿no será éste el motivo por el cual, desde hace mucho, se llama tirano a Eros?”.

Eros, la tiranía. “Eros, al cual todos los demás deseos sirven de escolta”.

Tiranía, que hace desgraciados a la ciudad: esclava, pobre, temerosa, sufrida. Desgraciados a sus ciudadanos. Desgraciado al propio tirano.

Hay tres clases de placeres, tres órdenes de deseos, tres principios de acción, acordes a las tres partes del alma: una para comprender: amiga de la ciencia y la sabiduría; una por la que se encoleriza: ambiciosa de superioridad y honores; una concupiscente: codiciosa de riquezas y de lucro. Que dan los tres caracteres del hombre: el filósofo, el ambicioso, el codicioso. Ordenándolos de más a menos dichoso, el que más dicha da es el conocimiento, después la ambición, por último, la desdicha de la codicia.

En esta clasificación, participa de la verdad lo relacionado con el alma, inmutable, y no con el cuerpo mudable.

“¿Y cuál de estas dos clases de cosas participa más, según tú, de la existencia real pura, el pan, la bebida, el companaje y todo lo que alimenta al cuerpo, o la opinión verdadera, el saber, la inteligencia y, en suma, todas las virtudes? Plantea la cuestión de la siguiente manera: lo que atañe al ser inmutable, inmortal y verdadero, que es en sí mismo de tal naturaleza y se produce en un sujeto de naturaleza semejante, ¿no tiene más realidad que a lo que atañe a lo siempre mudable y perecedero?”. Concluye: “Entonces podemos decir, en general, que todas las cosas que sirven al sostén del cuerpo participan menos de la verdad y de la existencia que las que sirven al sostén del alma”. Por lo que “¿no crees que el propio cuerpo participa menos de la existencia que el alma?”.

Agrega: “Por consiguiente, si es un placer colmarse de cosas conforme a su naturaleza, lo que se colma más realmente y se colma de cosas que tienen más realidad, goza por ello más realmente y más verdaderamente del verdadero placer, en tanto que lo que participa de cosas menos reales se colma de una manera menos verdadera y menos sólida y gusta de un placer más inseguro y menos verdadero”.

Estos, los que gustan de placer menos verdaderos, menos reales, se asemejan a “los animales, mirando siempre hacia abajo e inclinados hacia el suelo, se hartan de pasto y se acoplan, y en su avidez por tener más abundancia de estos placeres andan entre sí a cornadas y a coces con cascos de hierro y acaban por matarse a causa de su insaciable deseo”.

Aquí aparece Helena.

Vuelve a contrastar, a rechazar, a condenar, el bajo deseo de estos últimos, los codiciosos ocupados de sus placeres menos reales y menos verdaderos. “¿No es pues inevitable que solo gusten de los placeres mezclados de dolores, vanos fantasmas del verdadero placer … cuya apariencia excita amores tan violentos en los insensatos que luchan entre sí por ellos, como cuenta Estesícoro que luchaban los troyanos por el fantasma de Helena, a la que nunca habían visto en la realidad?”.

No es solo inclinarse por Estesícoro. Es Helena, la mujer que aparece en su examen de los deseos, su condena de Eros el tirano, su rechazo al bajo deseo del cuerpo, “fantasma del verdadero placer”, que excita la violencia y la insensatez.

No es la Helena culpable sin derecho a defensa, la mujer odiada de Eurípides haciéndose eco del sentir griego. No es la Helena que dice su verdad, explica las causas del odio, sabe la solución, del Eurípides que la hace hablar con su propia voz. No es la Helena no solo culpable, sino sin voluntad y avergonzada de sí misma de Alessandro Baricco. Es la Helena, mujer- cuerpo, “fantasma del verdadero placer”, tiranía de Eros, que excita la violencia y la insensatez.

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