
A partir de
La Divina Comedia de Dante Alighieri: Lo sucesivo, lo simultáneo, y un encuentro clave
Podemos leerla como la leemos habitualmente, un recorrido sucesivo que se eleva desde las profundidades oscuras del Infierno, pasando por el melodioso Purgatorio, hasta llegar al luminoso Paraíso.
Hay otra lectura posible, una capaz de vivir -o de leer- simultáneamente cada estado espiritual, cada estado personal, cada momento del divino ascenso. Un encuentro clave nos lo revela.
A. Lo sucesivo
I.
La temible travesía, el rol del poeta
Dispuesto a iniciar una temible travesía, que necesita comenzar por el Infierno para llegar al Cielo, obliga a preguntarse, ¿no es preferible permanecer en “sitio humilde”, sin pretensión de eternidad?
La vacilación que lo invade encuentra fuerza en el amigo, el maestro. Un poeta. Virgilio lo alienta: “Más ahora por tu bien pienso y discierno/ que ser debo tu guía y quien te lleve/ desde este sitio humilde hasta otro eterno”.
Pero el sitio eterno -ese anhelo- tiene Cielo, sí, pero tiene también Purgatorio, y, pavorosamente, tiene Infierno. Por esto, aunque lo comenzó a seguir, pareció perder la confianza en sí mismo: “Poeta que me guías/ antes ve si mi aliento es poderoso/ a coronar la empresa que me fías”.
No sólo era una pérdida de confianza en sí mismo. Era una batalla moral que debía librar para decidirse a emprender el camino. ¿No es retroceder hacerte de la partida de los indiferentes –“aquella secta de ánimos pasivos no agradables a Dios ni a sus contrarios … esas almas siervas sin amo”- que pueblan el vestíbulo del Infierno?
Acaso mejor que vivirlo realmente sea vivirlo imaginariamente. ¿Dejar su recorrido a los poetas que pueden hacerlo en nuestro lugar, dejándonos –qué alivio- vislumbrarlo con la imaginación ahorrándonos tan horrible experiencia? Aunque, aún para ellos, “a empresa tan difícil, ¿quién se lanza,/ sin miedo al pobre idioma, y a la mente/ que escenas tales a abarcar no alcanza?”?
Se decide, va a recorrer el camino, vivir lo que sólo imaginamos, unir la persona común y el poeta, Dante, persona común, y Virgilio, poeta, franquean el umbral, comenzando por el pavoroso Infierno. Allí, entre “ayes, suspiros y lamentos”, acaso el peor de los castigos sea “vivir sin esperanza y con deseo”.
Después, y será por la palabra de Dante entonces poeta al escribir lo que vio una vez concluido su ascenso, veremos lo que sólo imaginamos.
Canta el Infierno el humano deseo de hacer realidad la ficción, lo que imaginamos -con fe o sin ella. La unidad de vida y literatura.
También, entonces, insinúa, solo parece insinuarlo, que hay que cambiar de signo la condenada, la repudiada, debilidad de necesitar ver para creer [Resucitado Jesús se aparece a sus Apóstoles, no estaba esa vez Tomás entre ellos que se lo cuentan. Y “él les respondió: ‘Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no creeré’”. Días después vuelve Jesús, le dice: “’Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, si no hombre de fe … Ahora creer porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!’”. Juan 20, 25-29].
II.
Camino de enseñanzas, camino del saber, camino de libertad. Y dos paradojas
Pasada terrible prueba, asciende al Purgatorio. Vale la pena el camino que está recorriendo. Un camino triplemente virtuoso. Un camino de enseñanzas: “Feliz quien, como tú, de este paseo para mejor vivir ejemplos saca”, por ejemplo, sobre la vanidad del mundo. Un camino del saber: “De saber ansioso estaba”, y así interroga a Virgilio sobre cuanto ve. Un camino de libertad: la de la patria, la del propio camino que recorre, la del individuo.
Algo más aprende. Las paradojas de la vida; paradojas, y esa es su fuerza, que la desnudan, la exponen. Veamos dos. Una, que el lado activo para iniciar tal recorrido no está en el hombre -en el amor de Dante-, sino que está en la mujer -en el llamado de Beatriz-. La otra, que lo que creía el motor del camino iniciado: la fuerza – la fuerza del amor de Dante-, no era tal: el motor fue su debilidad -la debilidad de haber dejado en el olvido a Beatriz tras su muerte.
Canta el Purgatorio la debilidad del amor, no su fuerza. Y expone los engaños y autoengaños de cada persona.
III.
El Canto de la duda
Sigue su sucesivo ascenso. Ya en el Paraíso, encontramos el apogeo de la duda. En el Paraíso no hay una reconvención de la duda en nombre de la fe, sino que, por el contrario, la duda se alienta.
(Las dudas de Dante en este ascenso: la causa de tal luminosidad. Cómo llegó al Cielo. Si es con manchas la luna. Sobre la doctrina de Platón. Sobre por qué las almas se les disminuye la gloria si no fueron por sí mismas sus faltas sino cometidas bajo violencia. Si las faltas pueden compensarse con buenas obras. Por qué fue justa la crucifixión de Jesús. Por qué justo el castigo a los judíos. Por qué escogió Dios ese modo de redimirnos. Sobre la justicia de los juicios de Dios. Sobre si puede salvarse el que no conoce la fe de Cristo. Sobre los ángeles. Sobre el Paraíso mismo. Sobre el diverso merecimiento de gloria de los niños, siendo todos inocentes).
Para responderlas, recurre a las armas de la demostración: el argumento, la refutación, la instancia; hablándole a su inteligencia, antes que a su fe: “tu entendimiento con luz quiero ilustrarle”. Y, con todo ello, en la explicación -que provee Beatriz- le reclama que vea. “Veráse allí lo que por fe se aprende, /sin prueba, por sí mismo demostrado, / cual verdad que a priori se comprende”. Ver para creer. Que vea, lo exhorta Beatriz. Y por Dante, que nosotros veamos.
Y, nuevamente, la importancia de la literatura. Porque, ¿cómo llegó Dante al cielo? Su tatarabuelo, Caciagüida, a quien allí encuentra, se lo dice:
“en este cielo, hijo,
en que estamos, merced al que la pluma
te concedió para volar tal trecho”.
B. Lo simultáneo
Probablemente el encuentro tan ansiado de Dante con Beatriz, no sea el encuentro clave del poema. Tal vez el encuentro clave del poema sea entre dos poetas.
En la cumbre del Purgatorio que linda con el Paraíso se produce ese encuentro clave.
Allí, el poeta Estacio se une a Virgilio como guía de Dante.
Ese espíritu privilegiado, porque Estacio continuará el ascenso, se inclina ante Virgilio –“sombra mezquina”- al verlo; sombra mezquina porque reside en el Infierno.
Un espíritu privilegiado se une a uno mezquino. Uno luminoso a una sombra.
Se encuentran, la luz y la sombra, unidas simultáneamente en lo eterno, en cada uno de nosotros. No solo hay un sucesivo ascenso que nos despoja de lo sombrío alcanzando lo luminoso. Conviven, simultáneamente, en cada estado espiritual, en cada uno de nosotros, en cada momento del divino ascenso.
Y, también, fue un residente del Infierno el guía de Dante hasta las puertas del Paraíso, fue una sombra mezquina la guía, ante la que se inclina el alma privilegiada de Estacio.