
A partir de
Troilo y Créssida (el Ulises de Shakespeare)
Cuando la guerra de Troya lleva siete años, y los jefes griegos se ven desconcertados, haciendo que su jefe Agamenón deba apelar a los dioses, “¿por qué pues, vosotros príncipes, consideráis nuestra obra con miradas tan consternadas y llamáis vergüenzas a lo que no son sino pruebas prolongadas del gran Júpiter para descubrir en los hombres la constancia persistente?”.
Cuando la guerra de Troya está atravesada por las pasiones ciegas de los jefes mirando a Helena y Créssida, que harán quejarse amargamente a Tersites, “¡lubricidad, lubricidad, siempre guerra y lubricidad!”.
Cuando el orgullo, soberbia y pedantería de los héroes como Aquiles llevan a la discordia en los ejércitos griegos, haciéndolos vulnerables a los embates de Troya.
Cuando estos avatares prolongan la guerra, Ulises se mantiene con fría distancia de todo esto.
Ulises el frio, el “perro zorro”, el intrigante. Ajeno a esas pasiones, analiza.
Indica a Agamenón y sus jefes que esa imposibilidad de derribar los muros de Troya está en que “los derechos propios del mando no se han observado” y así, “Troya no resiste por su fuerza, sino por nuestra debilidad”. Y denuncia que Aquiles y Patroclo se burlan de ellos tanto como Ayax y Tersites, porque solo saben de puños, del uso de la fuerza, y nada de política, de cordura y de previsión, a lo que llaman “guerra de gabinete”. Por lo que propone incitar a Aquiles contra Ayax para vencer su orgullo acallar sus burlas y que se lancen nuevamente al combate.
Y mientras el orgullo, la pasión, los reclamos de honor de los jefes siguen nublando sus miradas, cuando el jefe de Troya Héctor visita el campamento griego, Ulises se pregunta “cómo la ciudad puede permanecer allá, en pie, mientras tenemos acá, cerca de nosotros, su base y su columna”.
Pero ni los cálculos e intrigas de Ulises logran efecto alguno, es más, profundiza la discordia en los ejércitos griegos, incitando a Aquiles contra Ayax.
No es el Ulises de la venganza justa de Homero. No es el Ulises de la imposibilidad, alma pasajera, de Platón. No es el del atrevido desafío a los dioses, y su inevitable castigo, de Dante. No es el de la paradoja entre la idea y la acción de Borges. No es el Ulises jefe dispuesto a todo por alcanzar la victoria de Sófocles. No es el Ulises anciano, guía de los “fuertes en voluntad” que saben que “aún no es tarde para buscar un mundo más nuevo”, de Tennyson. Es el Ulises jefe político, frío, astuto, intrigante, que no logra más que degradar la política que opone a las ciegas pasiones.