
A partir de
Los cuatro ciclos (la Helena de Borges)
“Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas”.
Que todo es inútil. Los troyanos combaten sabiendo que serán vencidos; Aquiles combate sabiendo “que su destino es morir antes de la victoria”.
Que siempre se regresa. Ulises a Itaca; las divinidades nórdicas que seguirán su partida de ajedrez cuando resurja el mundo tras su destrucción, apenas una interrupción.
Que toda búsqueda, ahora, “está condenada al fracaso”. El capitán Ahab devorado; “los héroes de James o de Kafka solo pueden esperar la derrota”
Que siempre se sacrifica un dios. Attis, Odín, Cristo.
Pero siempre, aunque se repiten, las narramos y las modificamos. “Los siglos fueron agregando elementos de magia”. Helena, como “el gran caballo hueco”, “era una hermosa nube, una sombra”, “una apariencia”. Un elemento de magia que sosiega el ánimo; habrá inutilidad, regreso, derrota, sacrificio. Pero nada es más que una apariencia, y podemos seguir narrando y así transformando.
No es la Helena culpable sin derecho a defensa, la mujer odiada de Eurípides haciéndose eco del sentir griego. No es la Helena que dice su verdad, explica las causas del odio, sabe la solución, del Eurípides que la hace hablar con su propia voz. No es la Helena no solo culpable, sino sin voluntad y avergonzada de sí misma de Alessandro Baricco. No es la Helena, mujer- cuerpo, “fantasma del verdadero placer”, tiranía de Eros, que excita la violencia y la insensatez de Platón. No es la Helena que merece la condena eterna por su lujuria y con ello ser causa de amarguras de Dante. Es la Helena apariencia que redime de derrotas, inutilidades, sacrificios y nos permite seguir transformando con nuestras narraciones.
Que buena descripción de las Helenas.
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Tantas Helenas como compendios de miradas masculinas sobre la mujer
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