
A partir de
Helena de Esparta (la Helena de Loreta Minutilli)
Nació bella, sí. Fue criada sólo para admirar su belleza, sí. Pero no todo comenzó allí. Todo comenzó con un rapto y una violación; y con la educación que Etra, la madre de Teseo que la violó, le dio mientras allí permaneció. Y allí donde fue llevada esperaba. “Ahora sé que esperaba mi vida, de la que estos acontecimientos extraños y terribles no eran más que un adelanto”.
Etra le enseñó que “la gloria solo puede venirte del poder. Y para tener poder has de aprender a ser bella del modo adecuado”. A usar su inteligencia para usar su belleza en su propio bien, y no de los otros.
Fue rescatada, devuelta a Esparta. Allí, la hicieron examinar por una partera. Pero nadie le preguntó nada. “’Cuéntanos, Helena’, tendrían que haberme pedido”. Rechazaba a los hombres, el sexo, casarse. Pero la casaron, con Menelao. Ella lo eligió entre sus pretendientes, por ser más estúpido, podría manejarlo. Fue así. Ella le aconsejaba en asuntos de Estado. Pero era Menelao quien tomaba las decisiones. Y la voz que era escuchada, aunque por las noches fuera ella, en el lecho, quien debía guiar a ese hombre, inepto para reinar.
Lograba así hacer uso de su inteligencia. Pero no del modo que esperaba.Y se sintió insatisfecha, y tuvo una hija, Hermíone, y se dedicó a ella.
La guerra con Troya se acerca, una guerra comercial. “Me sentí de nuevo catapultada al vasto mundo de más allá de los jardines del gineceo, ese mundo que tan poco había visto, pero que me parecía conocer muy bien, urdido con palabras, alianzas, reinos, venganzas”.
La misión enviada por Troya a Esparta, Eneas y Paris, fue algo más que una diplomática negociación. Fue una ocasión para Helena. Paris quiso llevársela. Ella lo rechazó. Hasta que fue su decisión irse de Esparta. “Entonces creía, o necesitaba creer, que la posibilidad de modificar mi destino estaba únicamente en mis manos”. Es que, “de poco sirve ser la mujer más bella del mundo si te pasas la vida encerrada en un gineceo”. Y Troya, era una ciudad sin gineceos, de mujeres libres.
Quería ir allí, entonces. “Quería elegir, quería arriesgar, quería ver qué ocurría si hacía un movimiento distinto del que se esperaba de mí como esposa, como mujer, como madre”.
Y se fue. Y, oh aedos que la cantarán, sepan que “un arrebato me hizo olvidarme de todo, un arrebato que se ha cantado como fruto de la pasión, pero que de hecho procedía de una fuerza mucho más viva y mucho más fría: mi cabeza”.
Yy vio la libertad de las mujeres de Esparta. Pero allí tampoco nadie le preguntó nada, cuando se avecinaba la guerra con los griegos. “Lo que me fastidiaba era que nadie me hubiera pedido consejo sobre el ejército que llegaba. Sabía que los troyanos se gastaban buena parte de su oro en espías … Cuando podrían haber tenido, sin gastar nada, el asesoramiento de una mujer que conocía” todo lo que necesitaban conocer. “Y sin embargo a nadie se le pasó por la cabeza que durante mi vida yo pudiese haber visto y pensado a la par que un hombre y que, por consiguiente, pudiera resultar de utilidad como persona”.
Fue una ciudad sin gineceo, hasta que “razones de Estado” requirieran lo contrario; aunque Helena aconsejara acertadamente qué hacer; hasta que cercada y a punto de ser incendiada, mostrara en su caída final que no lo era. Y caída la ciudad, es devuelta a Esparta. Y allí, tampoco le pidieron que contara nada. Hasta que empezó a contar, una historia, una verdad: que fue el precio terrible la guerra, las muertes, la caída de Troya, “única manera de que todos viesen que soy una persona” en este mundo de hombres en el que una mujer no cuenta: ni vale, ni tiene voz.
No es la Helena culpable sin derecho a defensa, la mujer odiada de Eurípides haciéndose eco del sentir griego. No es la Helena que dice su verdad, explica las causas del odio, sabe la solución, del Eurípides que la hace hablar con su propia voz. No es la Helena no solo culpable, sino sin voluntad y avergonzada de sí misma de Alessandro Baricco. No es la Helena, mujer- cuerpo, “fantasma del verdadero placer”, tiranía de Eros, que excita la violencia y la insensatez de Platón. No es la Helena que merece la condena eterna por su lujuria y con ello ser causa de amarguras de Dante. No es la Helena apariencia que redime de derrotas, inutilidades, sacrificios y nos permite seguir transformando con nuestras narraciones de Borges. No es la Helena que no es víctima del deseo de un hombre que la rapta, sino la mujer que desea y reclama satisfacer su deseo, de Dante Gabriel Rossetti. No es la Helena que redime las calamidades sufridas por griegos y troyanos, y que, lejos de la belleza y la pasividad, consuma su rebelión de Homero. Es la Helena que su único arrebato, oh, aedos, fue el de su inteligencia, para decidir ir por una ciudad de mujeres libres.
(Alianza Editorial. Traducción del italiano de Ramón Buenaventura)